Comentario
La minería afrontó un gran reto, pues muchas de las minas superficiales estaban agotadas y fue necesario trabajar en galerías profundas, con problemas de apuntalamiento y desagüe. Pese a esto, consiguió cuadruplicar su producción a lo largo del siglo, con aumentos globales del 600% en México, y del 250% en Perú. A fines de la colonia, Hispanoamérica enviaba a España más de 20 millones de pesos de plata por año, que suponían el 62% de su producción total, reservándose el resto para su propia economía. Los Borbones realizaron una política de protección al sector, creando Tribunales y Escuelas de Minería, Bancos de Rescates, rebajando el quinto al décimo en el Perú (1736), regulando los envíos de azogue, sosteniendo un precio bajo para el mercurio y hasta mandando minerólogos y metalúrgicos extranjeros para tecnificar el tratamiento de los metales preciosos. Entre los últimos hubo muchos alemanes, el sueco Nordenflicht, que intentó introducir un nuevo método de amalgamación en el Perú, y don José y Fausto de Elhuyar que ensayó el método de Born en Nueva Granada. Los enormes costos de reconversión de estos últimos desaconsejaron cualquier innovación, por lo que el aumento de producción se debió a una mejor utilización de los recursos existentes y al descubrimiento de nuevas minas: Chihuahua, Iguana y Bolaños en México; Ucuntaya, Carabaya, Chanca y Huallanga en Perú, así como los placeres auríferos antioqueños en el Nuevo Reino de Granada.
La producción argentífera atravesó muchos altibajos. En México, hubo una depresión que cubrió el período comprendido entre 1680 y 1710 (se obtenían unos seis millones de pesos anuales), luego una recuperación que triplicó la producción durante los años sesenta y, finalmente, una etapa de crecimiento constante a partir de entonces: 26 millones en 1797 y más de 27 millones en 1804. Al auge contribuyó mucho la rebaja del precio del azogue y de la pólvora. El virreinato contaba con unas tres mil minas, según Humboldt, las mejores de las cuales seguían siendo las de Guanajuato, Catorce, Zacatecas y San Luis de Potosí. En Perú, la producción fue descendiendo desde 4 millones en 1700 hasta una media anual de 3,5 millones en la década de los veinte, su punto más bajo. Posteriormente, aumentó hasta los 6,5 millones en 1774 y 11 millones en 1790. En 1799 sobrevino otra contracción. Por entonces, las minas de Pasco competían con las del Potosí, sobrepasándolas ligeramente en 1804 (dieron 2,7 millones de pesos).
Aspecto esencial para la producción siguieron siendo los envíos de azogue. En 1708 se creó la Junta de Azogues para organizar la comercialización de dicho producto. Casi todo el azogue consumido en México procedía de Almadén y costaba 82 pesos el quintal. A partir de 1766 la Corona rebajó su precio a 62 pesos (su costo era de 21,5 pesos) y en 1777 a 41 pesos, pensando acertadamente que así favorecía la producción argentífera. En Huancavélica, la producción de azogue se mantuvo durante las primeras décadas del siglo en torno a los 3.000 quintales (los asentistas se habían comprometido a producir 6.820), que posteriormente subió a unos 4.000. Su problema principal era la falta de mano de obra. La Corona se había comprometido a suministrar 620 mitayos para dicha mina y apenas podían reunirse unos trescientos. El trabajo obligatorio suscitó muchas polémicas y en 1720 llegó a prohibirse la mita, pero las protestas de los mineros obligaron a restablecerla. A fines del régimen colonial, Hispanoamérica consumía treinta mil quintales de azogue, de los que poco más de la mitad (16.000) se destinaban a Nueva España. El trabajo minero en México creó un verdadero proletariado: unos seis mil trabajadores libres a jornal, muchos de los cuales recibían además primas por productividad.
En cuanto a la minería aurífera neogranadina (Mariquita, su única mina argentífera, dio apenas 27.247 pesos entre 1785 y 1790), estuvo centrada durante su primer medio siglo en el Chocó (representó el 50% del total), Popayán y Barbacoas, pero al terminar el siglo XVIII estos placeres fueron sobrepasados por los antioqueños, que llegaron a representar el 38,8% del total, frente a 34,7% de Popayán y Barbacoas y 27% del Chocó. La cantidad de oro producido es objeto de discusión, dada la dificultad de contabilizar el que eludía el control fiscal, que se calcula entre el 50% y el 100% del legal. Vicente Restrepo estimó que lo producido alcanzó promedios anuales de 2.790.000 pesos para el período 1761-80, 3.138.750 para el de 1781-1800 y 3.060.000 para el de 1801-10. La moneda acuñada en las Casas de Santa Fe y Popayán ascendió a, durante el último medio siglo de la colonia, 91.106.000 pesos, con promedios anuales de 1.822.120. La mano de obra esclava decayó, siendo sustituida por la de los "mazamorreros" o pequeños mineros libres. Al oro se sumó también el platino, que empezó a beneficiarse en el Chocó por estos años. Las minerías chilena y quiteña fueron menos importantes. A fines de la colonia la producción de oro y plata americana sobrepasaba los 32 millones de pesos anuales.
Las exportaciones de metales preciosos a España aumentaron en consonancia con la producción. Durante el periodo 1747?78 su media anual fue de 6,9 millones de pesos, que pasaron a 13,7 en el período 1747-78 y a 20,6 millones entre 1782 y 1796.